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Revive la historia de Álvaro Reyes, histórico traumatólogo del fútbol chileno

En ADN Deportes te compartimos el texto del libro "Yo iba entre las canchas", donde se cuenta la historia de vida del especialista, quien falleció este martes a los 94 años.

Revive la historia de Álvaro Reyes, histórico traumatólogo del fútbol chileno

Revive la historia de Álvaro Reyes, histórico traumatólogo del fútbol chileno

El mundo del fútbol en Chile se conmovió durante este martes tras el fallecimiento a los 94 años del doctor Álvaro Reyes, emblemático traumatólogo que trabajó en diversos clubes nacionales y también en el staff de la Roja.

Por ello, en ADN Deportes te queremos compartir la particular historia del especialista, que también fue defensor de los Derechos Humanos durante la dictadura militar.

A continuación, podrás revisar el capítulo respecto a Álvaro Reyes que se describe en el libro «Yo iba entre las canchas», del periodista Leonardo Salazar, el cual puedes adquirir en este link.

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Álvaro Reyes: fútbol, vida y política (1928-2022)

“Nunca fui jugador”, dice de entrada el traumatólogo Álvaro Reyes Bazán a sus 85 años, sentado en su escritorio-consulta. Lo suyo era el rugby. “Jugué por la Universidad Católica y por el Stade Francés”, apunta.

Como hincha sí, ha vibrado desde siempre con el fútbol. Su padre, el también médico Alejandro Reyes Pérez, lo llevaba a ver fútbol desde pequeño, aunque el jugador que más recuerda lo comenzó a conocer ya de adulto: Francisco “Chamaco” Valdés. “El Clásico Universitario era una fiesta popular”, dice.

¿Cómo entra a trabajar en el fútbol?

“Mi primera experiencia fue con la famosa Universidad de Chile del Ballet Azul. Yo era cabro, no tenía un año de profesión. Dejé eso porque necesitaba continuar mis estudios de traumatología”.

¿Trabajando en la Posta –donde ya era un reconocido anestesista- había llegado a la U?

“Yo trabajaba con el doctor Arturo Lavín en la posta y él era director de la U. de Chile. Él me pidió que fuera a trabajar a la U, ad honorem, invitado por él. Ahí conocí el Ballet, dirigidos por el ‘Zorro’ Álamos. Era una U especial. Llego y me encuentro que había un médico de planta, dos dentistas, una asistente social, un psicólogo. Y eso llevó a la U a ser campeón y crear al Ballet Azul. Ningún club tenía eso”.

¿Cómo sigue?

“Después entré a Ferrobádminton porque un amigo y colega mío, el doctor Carlos Salinas Apablaza me empezó a pedir que me fuera a ayudarle a Ferrodádbminton, porque él trabajaba para Ferrocarriles del Estado. Llegué cuando Ferro estaba en Segunda División. Lo dirigía Francisco Hormazábal que fue un muy buen técnico. Y ocurre que salimos campeón y pasamos a Primera”.

De ahí se alejó un buen tiempo

“Pasó el tiempo. Estando de vacaciones en Papudo, junto con Nicanor Molinare –con quien teníamos una relación de parentesco, los dos éramos casados con las hermanas Zuanic- me dijo: ‘Anda aquí en Papudo Paco Molina, que es técnico de la Unión Española y necesita un médico ¿Qué te parece que conversemos con él?’. Cuando me encuentro con Paco Molina le dije: ‘Salí de Ferro porque me cansé’. Yo estaba cansado de la escasez de recursos, de la poca capacidad y creatividad de los dirigentes”.

¿Estaba decepcionado?

“Quedé con ese sabor un poco amargo, frustrante del fútbol. Me tocó ir a ver a un jugador de Primera División, profesional, un central de Ferrobádminton de apellido Valenzuela, a una población en invierno y tuve que entrar a la casa pisando ladrillos que habían puesto para no meterse al barro. Me meto a la pieza de este jugador y no tenía pavimento, nada, pisando la tierra. Eso es una imagen que le doy para ver las carencias del futbolista de ese tiempo. Luego, en Papudo, Paco Molina me dice: ‘Hombre, Unión es otra cosa’. Me convencieron entre Paco Molina y Nicanor Molinare. Y me fui a encontrar con Abel Alonso que era el presidente de la rama de fútbol. Conversó conmigo, me dijo que iba a contar con todo lo que quisiera”.

Es parte de la Unión tres veces campeón en los 70 y finalista de la Copa Libertadores

“Sí, era un gran equipo ese”.

También trabaja en la Selección

“Sí, con el ‘Zorro’ Álamos. Estábamos jugando con Unión en Asunción, por Copa Libertadores 73, y me piden que desde allí me sume a la Selección que jugó unos amistosos en México y Haití. De regreso pasamos a Lima y jugamos con Perú por las Eliminatorias. Después de eso llega a verme a la Posta un funcionario de la Asociación Central a pedirme el uniforme de la selección. Nada más”.

¿Así salió de la Selección?

“Así me sacaron. Inmediatamente nombran médico a un oficial de la Fuerza Aérea. Evidentemente estaban preparando todo para el Golpe”.

¿Cómo vivió el Mundial del 62?

“Me aboné. Fui a todos los partidos del Nacional. En esos años no era lujo. Fue grandioso. Nunca he visto una organización mejor que esa. Los partidos eran a las 2:00 de la tarde y yo entraba a mi turno a la Asistencia Pública a las 16 horas. Salía del fútbol, tomaba mi auto y llegaba a las 16 horas. El tránsito todo de bajada por avenida Grecia. En minutos estaba en Diagonal Paraguay con Portugal. Y la organización era perfecta, uno tenía su asiento, no se lo quitaba nadie, estaba cómodo. La capacidad estaba muy bien calculada, los horarios eran perfectos”.

¿Cuándo llega a Colo-Colo por primera vez?

“En 1979, cuando llegó Pedro Morales (como DT). Él me trajo porque habíamos salido campeones en Everton (en 1976). Después tuve un problema con el presidente Patricio Vildósola (1984) y me sacaron. Ya me habían sacado de la Selección para el Mundial del 82. Pero al poco tiempo volví a Colo-Colo cuando llega Arturo Salah (1986) y desde ahí, hasta ahora. Es toda una vida en Colo-Colo”.

VIDA

Álvaro Reyes nació en Concepción, el 31 de enero del 28. A los 6 años partió junto a su familia a Santiago. Su padre Alejandro y su madre Ana Luisa se trasladaron por razones familiares. “Fue un periodo muy duro. Mi padre tenía muy buena situación en Concepción, era profesor de la Universidad de Concepción. Llegó a Santiago sin tener trabajo. Fue difícil la vida”, narra.

¿Cómo fue su llegada a Santiago?

“Entré al Instituto Alonso de Ercilla y luego al tercer año de secundaria al Instituto Nacional. En el curso inmediatamente anterior al mío estaba el hijo del Presidente de la República de la época, Juan Antonio Ríos. No había ninguna cosa diferente. Era un espacio sumamente democrático. Estaba el hijo del Presidente pero yo tenía otros compañeros hijos de un almacenero, de un carnicero y así”.

¿Cómo fue su niñez?

“En Concepción, interesante. Mi padre era un hombre extraordinariamente interesante. De gran capacidad intelectual. Artista, escritor, poeta, aparte de ser médico. Tenía una virtud: Era un conversador. A él lo invitaban a tertulias para escucharlo”.

¿Heredó cosas de él?

“Muchas. La parte de las letras. Él me enseñó mucho. Salíamos al cerro Caracol y me enseñaba las plantas. Le gustaba mucho la botánica, escribió un libro sobre el litre. Fue el primer hombre en Chile que se preocupó de la alergia”.

¿Su padre también participaba en política?

“Sí. Era un hombre de izquierda pero no era militante. Fue parte de la Federación de Estudiantes del año 20, famosa porque tenían un espíritu revolucionario. Ese ambiente me formó a mí. Mi padre tenía muchos amigos artistas, escritores. Mariano Latorre, Luis Durand visitaban mi casa. Pintores como (Arturo) Pacheco Altamirano. Había muchos cuadros de ellos en la casa de mis padres en Concepción. Siempre la casa era visitada por gente de mucha cultura. Yo de niño recuerdo que mis padres me llevaron a un concierto de Claudio Arrau. Esas vivencias tengo yo de niño. Leía mucho. Tenía un diccionario enciclopédico, un tomo grande. Lo ojeaba, leía. Aprendí las cosas más insólitas. Solo. Mis padres me decían: ‘Ya, son las 10:00 de la noche, anda a acostarte’. Y yo entretenido leyendo la enciclopedia. Eso a uno le crea un espíritu inquieto”.

Seguramente ese espíritu hace que usted se haga militante del Partido Comunista

“No tan pronto. Llegué al Instituto Nacional y me encontré con un ambiente muy diferente a donde yo estaba. Yo nunca fui creyente. Mis padres eran librepensadores, pero concurrían a misa. Me bautizaron de niño-grande, por cuestiones sociales. En el Instituto Alonso de Ercilla entré a los 8 años, salí a los 12. Tenía una voz muy especial. Me escogieron para cantar en el coro del Colegio, una Schola Cantorum”.

¿Fue cantante?

“La Schola Cantorum era muy conocida en los medios religiosos de Santiago porque cantábamos misa, Te Deum. Los fines de semana, si no estábamos en la Iglesia de Los Sacramentinos, cantábamos en otra iglesia importante en Santiago. A veces cantaba solo en la misa. Tenía buena voz… Yo nunca tuve fe. Hice mi primera comunión en el colegio, cerca de los 11 años y con todo lo que me habían hablado pensé que iba a sentir algo extraordinario cuando recibiera la hostia, y no pasó na (risas). Da risa pero esa fue una cosa especial. Nos habían dicho que la fe era una gracia de dios y yo no tenía esa gracia. Llegué al Instituto y el ambiente era totalmente librepensador. Cuando estaba en el último año fui presidente del Instituto de Letras y tuve oportunidad de invitar a grandes escritores. Compañero de la Academia de Letras era José Miguel Varas. Ahí conocí a numerosa gente derechamente de izquierda”.

POLÍTICA

¿Cuándo entra al Partido Comunista?

“Ya después de ser médico. A los 26 años”.

En 1972 usted va a La Moneda y atiende a Salvador Allende

“Él visitaba con frecuencia la Asistencia Pública. Cuando fui a verlo, a La Moneda, fue porque él llamó a la Posta para decir que le mandaran un médico porque se había torcido una rodilla y estaba con mucho dolor. Y el médico jefe de la posta, el doctor Raúl Zapata, que era un DC parece o algo así, me llamó a mí y me dice: ‘Anda tú a ver’. Sabían cómo yo pensaba. Ahí conocí a la ‘Payita’, la secretaria que tenía él. Ella me recibió. Atendí al Presidente, le coloqué una rodillera de yeso, porque tenía un esguince de ligamento medial y después la ‘Paya’ me invitó a almorzar. Yo iba con un paramédico. Almorcé en La Moneda”.

¿Cómo era Salvador Allende?

“Un hombre de una tremenda personalidad, muy sencillo, muy corriente, pero se notaba su peso intelectual y su personalidad fuerte. Cuando llegamos a La Moneda, me llamaron cerca de la 1:00 de la tarde, él había almorzado y sagradamente dormía una siesta de 20 a 30 minutos todos los días. Y no se podía hablar nada porque estaba durmiendo la siesta, el compañero. Así que tuve que esperar a que se recuperara de la siesta para atenderlo. Y lo vi durmiendo… ¡Si dormía en un sillón, en cualquier parte! No se retiraba para eso. El resto se retiraba para que él durmiera”.

¿Lo sorprendió el golpe militar?

“No. Se veía venir. Había conflictos dentro del sector de la UP porque había gente que decía que había que avanzar sin transar y otros que pensaban que tenía que ser una cosa gradual”.

¿Usted que pensaba?

“Cuando salió Allende pensé que podía ser una cosa gradual. Y de hecho defendí ese planteamiento siempre. En la Asistencia Pública donde yo trabajaba había socialistas, había gente del MIR, el FTR tenía bastante gente. Conversaba con Abel Sepúlveda (actualmente paramédico de Colo-Colo), que era del FTR, le decía cuando conversábamos en la Posta: ‘Mira Abel: Lo más importante es que tú debes saber hacia qué lado disparas’. Empleé esa terminología porque él era de los partidarios de las armas. ‘Debes saber para qué lado disparas’. Y ellos estaban disparando contra el gobierno popular en ese momento. El MIR estaba contra Allende y estaba traicionando al gobierno popular. Y el mismo (Carlos) Altamirano (N de R: secretario general del Partido Socialista en 1973) se restó del trabajo de apoyo a Allende. Si Allende era apoyado por el Partido Comunista al final solamente. Y con el Partido Comunista se conversó la posibilidad de pedir la alianza de la Democracia Cristiana para defender la democracia”.

Usted estaba a cargo del Comité Empresa de la Posta. Era probable el Golpe ¿Se había tocado el tema en la mesa, había algún instructivo?

“Había un instructivo que había que prepararse para un enfrentamiento posible pero nosotros no teníamos armas. Teníamos instrucción de proveernos de elementos artesanales de defensa”.

Tampoco era que usted y su gente iban a ir a La Moneda el día que ocurriera el Golpe

“No había nada preparado en ese sentido. Eso surgió espontáneamente para El Tanquetazo (N de R: Tancazo o sublevación militar del 29 de junio de 1973). Pero fue una reacción popular. No hubo nada preparado”.

¿Cómo recuerda el 11 de septiembre?

“Cuando iba para la posta, en el auto, escuché el discurso de Salvador Allende. Esa mañana partí poco antes de las 8:00 desde la casa. Deben haber sido las 8:10 cuando llegué a la posta. En el auto escuché la radio Magallanes. Escuché la declaración de los cuatro generales”.

De inmediato captó que no era como el Tancazo

“¡No! Llegué a la posta y estaban los compañeros en la puerta, esperándome. ‘¡Compañero, qué hacemos!’, me dicen. Y yo les dije: ‘Compañeros, esto es demasiado grande, así que hagamos cuenta de que viene un vendaval y nosotros nos agarramos de una rama, de un árbol, de lo que sea y esperemos que pase, a ver qué hacemos después. Por el momento cada uno en sus puestos, trabajando, ayudando en lo que se pueda’”.

En la Posta, ese día, usted recibe y ayuda a la Payita

“Entre las instrucciones que le di a la gente nuestra de la Posta, gente de la UP, era que salieran las ambulancias hacia el centro con gente de confianza. Salían las ambulancias sin que las llamaran. Va pasando una ambulancia por Morandé y, según ella contó, un Oficial le dice: ‘Y tú aquí, Payita’. Justo pasa la ambulancia y dice: ‘Ella está herida’. Y se la llevan. Llegó a la Posta en shock, con crisis de pánico, abrumada… Le puse una rodillera de yeso y justifiqué que quedara arriba en el 4° piso y no en Urgencias, en primer piso. Eso nos permitió sacarla en ambulancia. La persona que la atendió, una auxiliar de enfermería, le ofreció llevarla a un departamento. Al personal de la ambulancia se le dio la dirección, ella les dio las llaves y ahí se fue la ‘Payita’”.

Sospechaba que en algún momento llegarían a buscarlo los militares

“Sí, sabía que era posible. Tuve un alivio cuando vi en la prensa que la ‘Payita’ se asiló… Cuando me detuvieron, en el interrogatorio lo orientaron a saber de la ‘Payita’. Me torturaron sabiendo que la ‘Payita’ estaba asilada”.

¿Dónde lo toman detenido?

“En la misma Posta. A mí me echaron de la Posta a los seis días del Golpe. Mi exoneración aparece en marzo. Estuve sin ingresos todos esos meses… Me llama un médico que había trabajado en la Asistencia Pública y que lo nombran director del Hospital Barros Luco. Me dice: ‘Vente para acá’. Me fui a la Posta a buscar los papeles. Entro y una enfermera conocida me ve y le noto una cara de pánico. No alcanzó a decirme nada porque un oficial de Carabineros me toma por la espalda. Me dicen: ‘Sígame’. Me sacan al patio y me suben a un furgón de Carabineros. Un tipo alto, que yo había visto antes, me sube con un par de patadas al furgón. Me llevaron a una comisaría, estuve una hora u hora y media y me trasladaron a la Escuela de Especialidades de la FACh. Esto fue el 17 de diciembre del 73. Ahí pasé la Pascua. Y me sometieron a interrogatorios y torturas. Me vendaron la vista, custodiado por dos conscriptos me llevaron al lugar de interrogatorio. Me preguntaron detalles de la ‘Payita’ y gente de la UP de la Asistencia Pública. Fueron por lo menos unas dos, tres horas, sometido a interrogatorio. Lo primero que me hicieron para debilitarme fue hacer flexiones de rodillas. No era un chiquillo, tenía 44 años, pero buen estado físico. Me hicieron hacer unas 100 flexiones. Al día siguiente no podía caminar. Me trataba de parar y se me doblaban las rodillas. Ese fue el inicio de la tortura. Después me zambulleron de cabeza en un tonel con agua, el submarino que le llaman, varias veces. Luego me aplicaron corriente. Primero me hicieron tomar unos cables y luego me enrollaron en los genitales un cable eléctrico. Pensé: ‘Voy a gritar’. Me tenían amarrado en una silla metálica, vendado. Gritaba. Por debajo de la venda veo un pie que se levanta y me dan una patada en el pecho. De repente un tipo me pone una pistola en la cabeza, me pide que no haga ruido, ni una palabra. Entra una persona y era la jefa de personal de la Asistencia Pública. Yo estaba desnudo, vendado. Ella –se notaba- también entró vendada. No sabía que estaba yo… Por eso el gallo me dijo que me callara. Le preguntaron sobre mí. Ella respondió. Debe haber estado más asustada que yo”.

¿Logró verle las caras a los que lo torturaron?

“No. Todo el tiempo yo estaba vendado. Ninguna noción de quién fue”.

Luego, mientras estaba detenido, lo van a visitar los jugadores de la Selección Chilena

“Yo pasé por el Estadio Chile como dos semanas y luego me trasladaron a la Penitenciaría. Inmediatamente me comenzaron a visitar amigos. Pedro García se portó estupendo conmigo. Debe haber sido en abril del 74 cuando fueron a verme los dirigentes de Unión Española, me regalaron un televisor Antú para ver el Mundial. Fue Abel Alonso. Incluso Fluxá (Presidente de la Asociación Central de Fútbol) y los capos grandes trataron de interceder ante el Gobierno Militar. Luego, los seleccionados –me contaron después- iban hacia el aeropuerto y le pidieron al chofer del bus que pasaran a la Penitenciaría y se bajó un grupo grande a saludarme. Y me regalaron un banderín firmado. Dentro de lo triste, esas cosas eran súper alentadoras”.

¿Después no pensó salir del país?

“Me lo ofrecieron pero decidí quedarme. Por mis principios y mis ideas decidí ayudar a luchar contra la dictadura. En la clandestinidad. Una vez me detuvieron los Carabineros por un control rutinario y yo llevaba una pila de propaganda dentro del auto. Me podrían haber eliminado. Siempre pensé que, cuando estuve preso, no me eliminaron porque yo era una persona conocida. En una clínica donde trabajé a fines de los 70 e inicios de los 80 atendí a gente clandestina del Partido Comunista. Incluso gente del Frente Patriótico. En la clínica nunca se dieron cuenta”.

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