Cinco cosas que odiamos de la goleada ante Venezuela
En esta columna de Aldo Schiapacasse, repasamos los elementos que marcaron la dolorosa derrota con la "Vinotinto" por la ruta al Mundial 2026.
Por Aldo Schiapacasse
El locutor del estadio
Hubo varios igual de infumables en el fútbol chileno, pero no daremos nombres. Alguna vez prometí no volver a pisar San Carlos de Apoquindo. El de Wanderers en Calera el fin de semana pasado. Y, casi como una IA, la sirena de Calama. Pero el grito de “Salomón, Salomón” del anónimo de Maturín colmó la paciencia, sobre todo en estos días. Salomón, el sabio, hijo de David, no merecía ser invocado por estos días, porque su espíritu era pacífico.
La lentitud de Gary
Criticar a Medel es como faltarle el respeto al alma de Chile. Fue imbatible por alto cuando era el más bajo, llegó siempre a las coberturas, fue el más bravo y se encaró con los más encopetados. Verlo perseguir vanamente a Soteldo nos perforó el orgullo, para siempre. Porque entendimos, finalmente y con dolor, que tendremos que hablar de la irremediable llegada del adiós.
El dedo de Marcelino
Los hubo que infundieron temor, como el dedo desafiante de Lagos encarando a Pinochet en un momento crucial de la historia. O el de Jara auscultando la belleza interior de Edinson Cavani cuando nos encaminábamos a la gloria. Pero el amenazante dedo de Marcelino tocando no una ni dos, sino tres veces el pecho del árbitro brasileño es propio de los tiempos en que éramos jaguares, imbatibles, indomables. Los tiempos ya no están para eso, por lo que el gesto impropio e inexplicable de Marcelino sólo puede interpretarse como la manifestación de un cabro que se agrandó.
El doble de Pablo Mármol
Yeferson Soteldo siempre fue provocador. En Huachipato, en la U o donde fuese. Pero que se convirtiera en el héroe de la jornada y gestor de los tres goles ya fue demasiado. Ratificó la “maldición del ex”, de aquellos jugadores que acogimos en nuestras canchas y luego nos vacunaron con la selección. Dioni Guerra, Giancarlo Maldonado, Rómulo Otero y Luis del Pino Mago fueron sus antecesores. Y porque, seamos honestos, Pablo Mármol siempre fue un secundario incómodo, un Pepe Grillo moralista, la contención del verdadero protagonista. Todo lo contrario a Soteldo, lo mejor de Pablo era su bonhomía, su buen talante, su ubicuidad. Y Betty, claro.
El grito en el silencio
Me refieren amigos que en el silencio de la tarde fresca, en la antesala del aniversario del 18-O, cuando los nervios nos carcomían, el grito del primer gol fue doloroso. Más aún la fiesta desatada tras el segundo. Y el grito destemplado tras el tercero. Se escuchó con más fuerza en algunos barrios, por cierto, pero lo escuchamos todos. Era una jornada de inusitado silencio en las calles, sin el zumbar permanente del tráfico, interrumpido por el clamor inédito de un pueblo que sueña con su primer mundial.