Inventores que murieron por sus propias creaciones: historias fascinantes con final trágico
Aquí te contamos sobre algunos de los casos más icónicos.
A lo largo de la historia, muchos inventores han sido inmortalizados gracias a sus contribuciones. Nombres como Samuel Morse, Louis Pasteur y Ernő Rubik son sinónimos de sus innovaciones.
Sin embargo, otros, aunque sus inventos son de uso cotidiano, han quedado en el olvido, como Margaret Knight, creadora de la bolsa de papel con fondo plano, o Garrett Morgan, quien inventó el semáforo.
Pero hay un grupo más trágico: aquellos cuya vida terminó de manera irónica, a causa de sus propias creaciones, cuyas historias recoge la BBC.
El primer accidente de paracaidismo
El 24 de julio de 1834, el acuarelista británico Robert Cocking se convirtió en la primera víctima de un accidente de paracaidismo. Inspirado por los diseños del inventor francés Jean-Pierre Blanchard, Cocking trabajó durante años en un paracaídas que, según él, mejoraría los existentes.
Ese día, se elevó junto a su invento colgado del famoso globo Royal Nassau. A una altura de 1,500 metros, Cocking se soltó, pero la tela de su paracaídas no soportó el peso, se rompió y terminó separándose de la cesta. El impacto fue fatal. Su error: no calcular adecuadamente el peso de su diseño.
El sastre volador
En 1912, el sastre francés Franz Reichelt también quiso desafiar la gravedad con un traje-paracaídas diseñado para pilotos. Tras probarlo con éxito en maniquíes, buscó un lugar más alto para su gran prueba. Eligió el primer piso de la Torre Eiffel, a 57 metros de altura, y convocó a la prensa.
El 4 de febrero, sorprendió a todos anunciando que él mismo realizaría el salto. A pesar de las advertencias de la policía y sus amigos, saltó al vacío. El paracaídas no se abrió completamente, y Reichelt murió frente a una multitud de espectadores.
Un faro en medio del mar
En la década de 1690, Henry Winstanley construyó el primer faro en alta mar, en las peligrosas rocas de Eddystone, Inglaterra. A pesar de las dificultades y un secuestro por piratas franceses, completó su obra y declaró que pasaría feliz una noche allí durante la mayor tormenta que pudiera ocurrir.
En noviembre de 1703, una tormenta sin precedentes azotó las Islas Británicas, con vientos de 190 km/h. Winstanley pasó la noche en su faro, pero la furia del mar destruyó la estructura por completo, llevándose su vida. Su legado perdura: el diseño del faro inspiró las construcciones posteriores que aún protegen esas aguas.
El primer mártir de la electricidad
En 1753, el físico ruso Georg Wilhelm Richmann intentó medir la fuerza de la electricidad atmosférica, inspirado por las teorías de Benjamin Franklin. Conectó un electrómetro a una varilla de hierro en su casa para registrar la energía de una tormenta.
El 6 de agosto, una bola de relámpago saltó de la barra hacia su frente, causándole la muerte instantánea. Richmann fue la primera persona en morir durante un experimento eléctrico. El científico británico Joseph Priestley elogió su sacrificio, afirmando: “No todo electricista puede morir de manera tan gloriosa”.
La imprenta rotativa
William Bullock revolucionó la industria editorial en 1860 con la invención de la imprenta rotativa de bobina, capaz de alimentar papel continuo, imprimir por ambos lados y cortar hojas con precisión. Sin embargo, su innovación también sería la causa de su muerte.
En abril de 1867, mientras ajustaba una de sus máquinas en un periódico de Filadelfia, su pierna quedó atrapada en el mecanismo. La lesión se complicó con gangrena, y Bullock falleció durante la operación para amputarle la pierna.
Un legado eterno
Estas historias son recordatorios de que la innovación a menudo conlleva riesgos. Aunque sus finales fueron trágicos, sus inventos dejaron una huella indeleble, transformando el mundo y siendo ejemplos de la pasión y determinación que impulsan el progreso.
