“La historia no se repite, pero rima”: Los otros estallidos sociales en la vida republicana de Chile
A cinco años del estallido social hacemos una revisión de nuestra historia para rescatar distintos momentos donde el descontento popular se transformó en protestas masivas caracterizadas por una violencia inusitada y una represión brutal, dejando una profunda huella en nuestra biografía política y social.
El 18 de octubre de 2019 sorprendió a la mayoría de los chilenos. La frase “no lo vieron venir” se hizo habitual y, cinco años después, parece que todavía no se han alcanzado conclusiones consensuadas. Sin embargo, no es la primera vez que algo así ocurre en Chile; nuestra historia ha registrado varios episodios con características similares.
Desde 2006, con la llamada “Revolución de los Pingüinos”, el país comenzó a retomar, de manera gradual, las protestas masivas, que habían estado prácticamente ausentes desde el retorno a la democracia. Lo que empezó como una movilización estudiantil se extendió primero a los universitarios, y luego a otros actores sociales, como feministas, ecologistas, defensores de los pueblos originarios, entre otros, quienes comenzaron a usar las calles como un espacio político para expresar sus demandas.
Sin embargo, estas protestas, que se prolongaron por una década, difícilmente podían clasificarse como un “estallido”. Este fenómeno, mucho más infrecuente, ha ocurrido en ciertos momentos puntuales de la historia de Chile, que han quedado marcados por su intensidad y trascendencia. En estas ocasiones, actores “populares”, generalmente de la periferia social, han desplazado a las figuras tradicionales, generando desmanes de gran magnitud, que comparten ciertas características.
Como bien dice la famosa frase de Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”, y ese parece ser el caso de los distintos “estallidos” que han sucedido en Chile. Aunque cada uno es único, suelen comenzar con una demanda puntual y contingente, como el alza en el precio del transporte o de los alimentos, y rápidamente evolucionan hacia protestas más amplias, que tocan temas como la corrupción, la pobreza o la desigualdad.
Estos estallidos también comparten la represión violenta que recae sobre quienes los protagonizan, mientras que la clase política parece incapaz de ofrecer respuestas, optando muchas veces por culpar a influencias externas.
Huelga de los Tranvías de 1888
El 29 de abril de 1888 está marcado como el primer episodio de protestas populares masivas en Chile. Conocido como el “incendio de los tranvías” o la “huelga de los tranvías”, este evento se produjo tras el aumento de medio centavo en el precio de los llamados “carros de sangre”, administrados por la Empresa del Ferrocarril Urbano de Santiago. Este incremento provocó una revuelta de una magnitud que Chile no había visto antes, protagonizada por civiles de los sectores más bajos, lejos de las tradicionales revueltas militares que dominaron el siglo XIX.
El historiador Sergio Grez, en su obra “Una mirada al movimiento popular desde dos asonadas callejeras”, narra: “Un meeting organizado por el Partido Democrático, constituido esencialmente por artesanos, obreros calificados y algunos jóvenes intelectuales escindidos del Partido Radical, se salió de las manos cuando un grupo de ‘rotos’ comenzó a quemar los tranvías luego de que la marcha oficial no encontrara al Intendente en su hogar para entregarle una carta con la petición de ordenar que se detuviera el alza de los pasajes”.
La jornada, que había comenzado con discursos de destacados dirigentes como Antonio Poupin Negrete, presidente del partido, y un joven Malaquías Concha, quien más tarde sería senador, rápidamente se transformó en una auténtica revuelta.
Un grupo de manifestantes se dirigió a la línea de tranvías que circulaba por la Alameda, detuvo uno de los carros, obligó a bajar a los pasajeros y desenganchó los caballos que lo impulsaban, para luego volcarlo. Otro carro fue desenganchado y lanzado bajo su propio impulso hacia el oeste, en dirección a la Estación Central, provocando un incendio en el lugar.
El eje de la Alameda se convirtió en un polvorín, con tranvías utilizados como barricadas, otros recorriendo las calles envueltos en llamas, y decenas de caballos corriendo sin rumbo por la capital. En total, 17 carros fueron completamente incendiados, otros 17 resultaron dañados y se extraviaron 22 caballos luego de ser desenganchados de los tranvías.
Como consecuencia de la violenta jornada, el gobierno, a través del Intendente de Santiago, Prudencio Lazcano, solicitó la renuncia del jefe de la policía de Santiago, el coronel Estanislao del Canto.
Con esto, el Presidente José Manuel Balmaceda perdía apoyo popular, que en el siglo XIX no significaba ninguna herida mortal, pero que más tarde, en la guerra civil de 1891, le pasaría la cuenta.
Huelga de la Carne de 1905
El 22 de octubre de 1905 comenzó la llamada “huelga de la carne”, motivada por el aumento del impuesto a la carne extranjera, que buscaba proteger la industria nacional, pero que encareció este preciado alimento, haciéndolo inaccesible para las clases populares.
En su obra “Octubre de 1905: un episodio en la historia social chilena”, el historiador Gonzalo Izquierdo narra: “La sublevación comenzó como una simple protesta frente a La Moneda, para entregar un pliego de peticiones al Presidente Germán Riesco, quien no estaba en el lugar, pero recibió la petición más tarde en su propia casa, comprometiéndose frente a los manifestantes a ver el asunto”.
Sin embargo, entre la multitud creció el rumor de que el mandatario no había querido recibir a los manifestantes. “Esta noticia tuvo como resultado casi inmediato el inicio de los grandes disturbios, asaltos y destrozos que asolaron Santiago durante esa tarde del domingo 22, parte del 23 y también en los días siguientes, aunque en forma esporádica”, describe Izquierdo.
El malestar se radicalizó rápidamente, y lo que había comenzado como una protesta por el precio de la carne se convirtió en un levantamiento con demandas mucho más amplias. Izquierdo señala que “algunos estandartes ya no se referían a la preocupación que dio origen a la marcha de protesta –el precio de la carne y de otros productos– sino a aspectos más amplios, relacionados a reivindicaciones y asuntos económicos y políticos en general”.
Los manifestantes atacaron La Moneda, aunque los guardias lograron repeler la embestida popular. Sin embargo, una serie de edificios públicos y privados, así como las casas de varios políticos, fueron asaltados. Izquierdo detalla: “Fueron atacadas las de los señores Rafael Errázuriz U., Carlos Correa Toro y Camelia Saavedra. El edificio que alojaba al Estado Mayor, la Tesorería Fiscal, el Hospital San Juan de Dios, el Instituto Nacional, la Sección de Seguridad, el Banco Español-Italiano y también el Industrial, la imprenta El Mercurio, el Club de la Unión y la séptima Comisaría de Yungay”.
Este violento episodio, sin precedentes en la historia republicana, fue reprimido con dureza. El Presidente Germán Riesco llamó al general Roberto Silva Renard para sofocar la insurrección. Silva Renard, un veterano de la Guerra del Pacífico, era conocido por su brutalidad en la represión de protestas obreras y, años después, sería el responsable directo de la masacre de la Escuela Santa María de Iquique.
Las protestas se extendieron por seis días. Izquierdo relata: “Los tres primeros días fueron de gran violencia, particularmente el primero y el segundo, pero, en forma ocasional, hubo desórdenes hasta la última fecha indicada”.
El saldo de víctimas fatales osciló entre 200 y 250, además de unos 500 heridos graves. Hubo más de 800 personas detenidas, y se estima que las protestas congregaron a unas 30.000 personas, aunque la cifra oficial entregada por las autoridades fue de 12.000.
El libro “Historia del siglo XX chileno” señala: “Terminado el conflicto, la clase política prefirió responsabilizar a los agitadores del suceso, antes que hacerse cargo de los problemas de fondo que desataron las violentas jornadas de ese año”.
Revolución de la Chaucha de 1949
El 12 de agosto de 1949, un alza de 20 centavos —conocida como una “chaucha” en la jerga popular— en el pasaje de la locomoción colectiva desató una “revolución” que marcaría la irrupción de un nuevo actor social: los estudiantes.
El Mercurio, en sus páginas de la época, detalló el importante papel que desempeñaron los estudiantes en estas movilizaciones: “Desde mediodía, estudiantes ayudados por otros grupos iniciaron una enérgica acción contra los autobuses (…) Grupos universitarios organizaron ayer diversos actos de protesta por el alza de las tarifas de los autobuses y buses destinados a la locomoción colectiva. Los manifestantes iniciaron un desfile al mediodía, avanzando hasta la Plaza de Armas y luego se repartieron por las calles Catedral, Compañía, Bandera, Morandé, Teatinos, San Antonio, Huérfanos, Agustinas, Ahumada y Moneda. Los estudiantes pidieron la derogación de la medida que autorizó el alza de las tarifas, pero luego algunos elementos exaltados empezaron a atacar a los microbuses, lanzando piedras al paso de dichos vehículos por el centro de la ciudad. El Mercurio continuaba describiendo la situación: “Esta iniciativa se generalizó y extendió rápidamente a otros puntos de la ciudad…”. Así, los estudiantes y otros sectores comenzaron a tomar un rol protagónico en las protestas.
Durante el último gobierno radical que conoció Chile, el de Gabriel González Videla, la inflación creciente que encareció productos básicos como la gasolina, junto a la pérdida de apoyo en las clases populares tras la aprobación de la llamada “Ley Maldita” —que prohibía al Partido Comunista y otorgaba facultades para aplastar huelgas obreras—, crearon el ambiente perfecto para que una de las movilizaciones más recordadas del siglo XX tomara fuerza.
“En ese tiempo, 20 centavos era dinero”, recordó el escritor Volodia Teitelboim en 2007, en una entrevista publicada en La Tercera. “Fue un estallido popular que no tenía cabeza ni dirigentes visibles. La gente salió a la calle y las movilizaciones prendieron como paja de trigo”, señaló.
El filósofo, escritor y periodista Albert Camus, quien se encontraba en Santiago durante una gira por Latinoamérica, anotó en su diario: “Día infernal. La tropa con casco y armada ocupa la ciudad. A veces dispara al blanco. Es el estado de sitio. Durante la noche oigo disparos aislados”. Más tarde añadió: “Día de disturbios y revueltas. Ya ayer hubo manifestaciones, pero hoy esto parece un temblor de tierra”.
Ante la magnitud de los desmanes, González Videla decidió desplegar a las fuerzas militares en las calles, lo que dejó un saldo de cuatro muertos y un centenar de heridos. El costo político fue considerable: se dio marcha atrás con el alza de los pasajes y el presidente se vio obligado a realizar un cambio de gabinete que incluyó al ministro de Hacienda, Jorge Alessandri, quien fue reemplazado por Arturo Maschke.
Con esto, Chile ingresaba en la segunda mitad del siglo XX, en la que se fortalecieron los grupos políticos de carácter popular, como sindicatos, centrales obreras y agrupaciones estudiantiles, que marcarían el desarrollo de la política en las siguientes dos décadas.
La Batalla de Santiago de 1957
Una vez más, la medida de subir el pasaje de la locomoción colectiva provocó una explosión social inusitada. El historiador Pedro Milos, en su tesis doctoral “Historia y Memoria, 2 de abril de 1957″, señala: “A partir del miércoles 27 de marzo, el desconcierto inicial de la población ante el aumento de los precios de la locomoción colectiva comenzó a transformarse en manifestaciones públicas contra la medida, las que fueron adquiriendo amplitud en los próximos días. Primero en Valparaíso y luego en las ciudades de Santiago y Concepción, los estudiantes y la ciudadanía en general utilizaron distintas maneras de exteriorizar su protesta: desde negarse a utilizar el transporte público con las nuevas tarifas, hasta el entorpecimiento del tránsito y la agresión o destrucción de los vehículos de locomoción colectiva”.
Durante los últimos años del segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, la inflación y la crisis económica lo llevaron a implementar una serie de reformas liberales, recomendadas por la Misión Klein-Saks. Estas incluían el congelamiento de salarios, mientras que los precios de productos básicos se liberaban, lo que impactaba de manera directa y severa en las clases bajas y medias.
Las protestas fueron lideradas por el FRAP (Frente de Acción Popular), la CUT (Central Única de Trabajadores) y la FECH (Federación de Estudiantes de Chile). La violencia que estalló en las calles quedó registrada en el relato del historiador Gabriel Salazar, quien afirma que lo que se desencadenó fue un proceso de “metódica destrucción”, y añade: “Nada quedó entero”.
La intensidad de las protestas fue tal que las fuerzas policiales se vieron obligadas a retirarse, dejando la ciudad a merced de los manifestantes, hasta que se decretó el estado de sitio, lo que permitió la intervención del ejército. La ausencia de control policial fue aprovechada por algunos grupos que realizaron saqueos y robos. “Incluso muchachos realizaron saqueos, robos y pillaje de la forma más audaz”, escribió el diario Ilustrado, destacando cómo la falta de alumbrado público en el centro de Santiago facilitó estos actos.
Un episodio particularmente trágico fue la muerte de Alicia Ramírez, estudiante de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile, quien fue asesinada de un balazo la noche del 1 de abril, frente al Teatro Miraflores por efectivos policiales, mientras participaba en la marcha contra el alza de los precios organizada por estudiantes universitarios y secundarios.
Este hecho aumentó la intensidad de las protestas, especialmente entre los estudiantes, pero también entre los sectores políticos opositores a Ibáñez, quienes criticaban duramente la represión del gobierno mientras radicalizaban la llamada “acción directa”.
Pedro Milos narra cómo las distintas sensibilidades políticas no reaccionaban a los hechos de forma adecuada, limitándose a construir teorías que confirmaban sus posturas ideológicas, sin profundizar en las verdaderas causas de las movilizaciones. “De parte del Gobierno y de un sector de la derecha, lo que predominó en un comienzo fue una visión un tanto simplista de los hechos: las protestas no serían, sino, el resultado de un complot comunista para desestabilizar el régimen institucional y atentar contra la democracia”, explica Milos.
El historiador también señala que lo que comenzó como una protesta por un alza puntual “terminó siendo una movilización por temas más generalizados”. Con un saldo oficial de 21 muertos y casi 500 heridos, la Batalla de Santiago es una de las protestas sociales más extensas, tanto en términos de su duración como en la cantidad de ciudades en las que se manifestaron.
Protestas Populares contra la Dictadura de Pinochet
El 11 de mayo de 1983, Chile vivió la primera de una serie de protestas nacionales contra la dictadura militar, convocada principalmente por la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) y respaldada por diversos grupos de la oposición política. Esta protesta, que sorprendió tanto al gobierno como a sus propios organizadores por su magnitud, fue el inicio de una ola de manifestaciones que se extenderían hasta 1986. A pesar de la fuerte represión, las movilizaciones marcaron un punto de inflexión en la lucha contra el régimen.
El régimen respondió a la primera protesta con represalias masivas. Carabineros, militares y personal civil allanaron más de 5.000 casas en las poblaciones de Santiago. En sectores como La Victoria, La Castrina, Yungay y Villa O’Higgins, las Fuerzas Armadas arrestaron a hombres mayores de 14 años, manteniéndolos retenidos en canchas deportivas mientras se verificaban sus datos.
La segunda protesta ocurrió el 14 de junio de 1983, convocada nuevamente por el sindicalismo opositor. En respuesta, el gobierno prohibió a los medios informar sobre las protestas y detuvo a Rodolfo Seguel, presidente de la CTC. Sin embargo, las manifestaciones continuaron. El 12 de julio de ese mismo año, se realizó la tercera protesta, que dejó un saldo de cuatro muertos.
Las protestas fueron en aumento. El 11 y 12 de agosto de 1983, durante la cuarta jornada de protesta, 18.000 efectivos militares salieron a las calles, resultando en una represión brutal que dejó 29 muertos, 200 heridos y 1.000 detenidos. La quinta protesta, realizada entre el 8 y el 11 de septiembre de 1983, duró cuatro días y cobró la vida de nueve personas.
En 1984, las protestas se intensificaron y se volvieron más frecuentes, con la sexta y séptima jornadas en octubre y marzo, respectivamente. A lo largo del año, continuaron las manifestaciones con un alto costo en vidas humanas, destacando la décima jornada en septiembre, que dejó un saldo de 10 muertos. En 1985, las protestas se multiplicaron, preparando el escenario para una movilización mayor en 1986.
El 2 y 3 de julio de 1986 se realizó la última gran protesta, marcada por el trágico “Caso Quemados”, en el que dos jóvenes, Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana, fueron quemados vivos por militares. Este hecho provocó manifestaciones masivas durante los funerales de Rojas. Poco después, el desembarco de armas en Carrizal Bajo y el atentado contra Augusto Pinochet llevaron a la oposición a reconsiderar sus tácticas, inclinándose hacia una estrategia política-electoral que culminaría en el plebiscito de 1988, marcando el comienzo del fin de la dictadura en Chile.
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