Imponente celebración del bicentenario de Bruckner en el Municipal

Ha sido tema de conversación entre amantes de la música y los que asisten a conciertos durante años. ¿Por qué la música de Anton Bruckner (1824-1896) se toca tan poco en Chile? Y usualmente afloran prejuicios, tanto de parte de músicos como de los oyentes. “Qué es fome, qué es muy largo”. O se hacen inadecuadas comparaciones con Wagner, su antecesor (y tan solo una de sus influencias), o con Mahler, su sucesor, quien se inspiró en el pasado por alto compositor.

Más allá de exponer la importancia de Bruckner en línea temporal del movimiento romántico, el hecho es que este año es su bicentenario, celebrado por todas las orquestas del mundo.

Como era de esperarse por lo dicho al principio, la conmemoración en Chile ha sido acotada. La Orquesta Clásica del Maule ofreció el Adagio para cuerdas en marzo, la Sinfónica de Antofagasta abordará el “Te Deum” el próximo mes (23 de agosto), y a fines de año, la Sinfónica Nacional de Chile hará la Cuarta Sinfonía, acaso la única gema bruckneriana que se toca habitualmente en el país, lo que la ha vuelto rutinaria y manida. Curiosamente, la Sinfónica U. de Concepción, que tiene tradición de tocar Bruckner, no incluyó nada.

Pero lo más significativo es que el Teatro Municipal de Santiago haya decidido incorporar la Séptima Sinfonía (1883) en su presente temporada. Más de 25 años que no se tocaba en Chile, siendo sin duda, una de las obras máximas del compositor.

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Para este cometido se necesitaba una mano con experiencia. El querido maestro chileno Maximiano Valdés, sigue dirigiendo en las altas esferas del mundo musical y su atención en los últimos años se ha dirigido precisamente a Bruckner, un compositor que necesita un largo estudio y maduración intelectual para abordarse.

Frente a la Orquesta Filarmónica de Santiago, Valdés logró una interpretación cabal de esta sinfonía. Planos sonoros bien delimitados, un balance orquestal prístino, sabia administración de volúmenes e intensidades, y deliciosos fraseos.

Esta es música con la que simplemente hay que dejarse llevar. Al igual que en el modernismo musical posterior a él, hay que escuchar atentamente, dejando que la mente una los puntos. Más allá de las connotaciones religiosas que permean el legado de Bruckner, es un discurso que tiene algo de cósmico.

Valdés y los músicos lograron cautivar a la audiencia exponiendo con claridad la estructura de la obra, manejando diestramente los complejos contrapuntos y enfatizando la inventiva melódica del compositor. Punto alto fue el solemne Adagio, tratado como un éxtasis emocional sin parangón.

La ovación posterior fue retumbante. El maestro debió salir varias veces a escena ante los entusiastas vítores. Tras tamaña recepción, ¿Quién dijo que la música de Bruckner no gustaba, o no conmovía? Las tres últimas sinfonías de Bruckner conforman una especie de santa trinidad que corona su obra. El público chileno agradecería que posteriormente pudiésemos escuchar también la Octava y la Novena.

No todo fue Bruckner en este programa. La velada se inició con el Concierto para Oboe de Richard Strauss, obra que se ha escuchado en varias oportunidades en la última década, y que aquí contó con el primer oboe de la Filarmónica como solista, el músico colombiano Jorge Pinzón. Una rica variedad de matices fue la principal característica de esta interpretación, llena de virtuosismo, cariño, y que fue acompañada brillantemente por la orquesta.

Como deliciosa “yapa”, Pinzón y la orquesta hicieron una versión del aria de la Reina de la Noche (“Flauta Mágica” de Mozart), muy en el espíritu de lo logrado en Strauss, y que el público agradeció calurosamente.